A manera de preámbulo, dejen contarles que nunca he visto completa la adaptación cinematográfica clásica de Pinocho, producida por Disney en 1940. Tendría yo unos cuatro o cinco años cuando mis padres me llevaron a verla. El asunto me resultó demasiado traumático. Para cuando Pinocho era convertido en burro junto a otros niños mal portados, me di por vencido y comencé a berrear. No hubo forma de calmarme. Ante el escándalo provocado por mí, mis padres tomaron la sabia decisión de sacarme del cine.
Sirva esa anécdota para ilustrar que la historia de Pinocho –al menos, la creada por Disney– tiene mucho de crueldad. Y es que el propio Carlo Collodi, el autor de la historia original abundó en detalles crueles, llegando incluso a matar a su personaje principal. Como era un relato por entregas, el clamor popular lo hizo revivir a Pinocho para subsecuentes aventuras.
Ahora el mexicano Guillermo del Toro, en colaboración con Mark Gustafson, se ha encargado de adaptar nuevamente el cuento de Collodi de una forma por demás original. (Curiosamente, poco antes del estreno de esta celebrada versión hubo dos adaptaciones directamente anteriores: la perpetrada por el italiano Matteo Garrone en 2019, con el insufrible Roberto Benigni como Geppetto. Y una también de Disney, de acción viva, dirigida por Robert Zemeckis en 2022, en la cual Tom Hanks interpreta a Geppetto. Esta segunda fue masacrada por la crítica y a la italiana le fue marginalmente mejor.
El panorama no era favorable a otra versión dirigida por un mexicano. No en balde, Del Toro se la pasó quince años tratando de levantar el proyecto de hacerla con animación de stop motion. Fue hasta que la plataforma Netflix le dio luz verde que esa intención se pudo llevar a cabo.
El resultado está a la vista. Del Toro junto con el coguionista Patrick McHale han ideado una versión diferente de Pinocho, según la cuenta el elegante grillo escritor llamado Sebastian J. Cricket. La acción también se sitúa en Italia, pero durante el régimen fascista de Benito Mussolini. Y se plantea que Geppetto tuvo un hijo de carne y hueso, Carlo, que murió durante un bombardeo accidental. La pérdida del niño es insoportable para el viejo carpintero que, durante el delirio de una borrachera, se dedica a elaborar un tosco sustituto de madera. (No es este el muñeco tierno de Disney con su sombrero tirolés. Este Pinocho está hecho de palos no pintados, apenas articulados). Aquí también es un hada del bosque la que, compadeciendo a Geppetto, le otorga a su creación una vida propia. La personalidad de Pinocho también se aleja del modelo Disney. Este es un “niño” alocado, curioso e irreverente que cuestiona su entorno.
De ahí en adelante, Del Toro y McHale se toman muchas libertades con relación al relato original (y sus diferentes versiones). Ahora el dueño del circo se llama Volpe (zorro en italiano) y él se encargará de explotar a Pinocho como su principal atracción: una marioneta sin hilos. El conde tiene a una mascota, un chango llamado Spazzatura, que se volverá cómplice de Pinocho. Por supuesto, el oportunismo de Volpe lo lleva a presentarle a su estrella a Mussolini en persona. Pero Pinocho hace lo posible por insultar a Il Duce (el muñeco lo llama “Il Dolce”) con un humor escatológico. Como resultado, él es ejecutado. Si bien es la segunda vez que muere –antes lo atropelló un camión— la hermana del hada le da la oportunidad de resucitar mientras se cumplan ciertas reglas.
El que fuera el campamento de castigo para niños desobedientes, las minas de sal se transforman aquí en un centro de reclutamiento fascista para combatir en la guerra. Y la ballena que engulle a Geppetto no es tal, sino un pez monstruoso, un cazón, que nada en un mar sembrado de minas explosivas.
El cambio más importante viene al final. Porque Pinocho no se convierte en un niño de carne y hueso, sino que permanece siendo un muñeco en una emotiva reflexión sobre lo que separa a la vida de la muerte. No ahondaré más en el final de la película, para no arruinar la sorpresa al lector que no la haya visto aún.
Resulta evidente que para Del Toro se trató de una labor amorosa la realización de Pinocho. Para ello reclutó a un verdadero ejército de animadores internacionales, que incluye a una segunda unidad de animadores mexicanos. O más bien, animadores de Guadalajara provenientes del llamado Taller del Chucho (que no es una persona llamada Jesús. Chucho aquí significa perro). Esa unidad fue dirigida por el talentoso René Castillo, un pionero de la animación tapatía.
Según puede verse en el corto exhibido también en Netflix, Handcarved Cinema (Cine tallado a mano), el stop-motion de calidad implica un trabajo esforzado y minucioso de mover milimétricamente a los diferentes muñecos para lograr algo aproximado a la vida misma. Del Toro ha filmado a su Pinocho con el mismo virtuosismo formal de sus películas de acción viva. Eso llega incluso a hacernos olvidar, como espectadores, que estamos viendo una película animada. La notable fotografía de Frank Passingham también busca sombras, texturas y matices que le dan ese aspecto de realidad filmada. El mar parece mar, el bosque parece bosque… y así sucesivamente.
Temáticamente, Pinocho es coherente con la visión que Del Toro ha imprimido a lo largo de su filmografía. Sobre todo, la paternidad se expresa como un tema recurrente en su obra. Según él mismo ha afirmado, “En última instancia, y de una manera extraña, la mayoría de mis películas tratan sobre mi padre… ¡No es que él fuera un tallador de madera o que me rechazara como un primer prototipo!”. (Dice mucho que Pinocho esté dedicada a su padre y madre. Él falleció antes de la filmación y ella el día mismo del estreno mundial de la película en el festival de cine de Londres).
Otro aspecto que relaciona a Pinocho con obras anteriores de Del Toro es el contexto histórico de un conflicto que le confiere un significado especial. Así, se recuerda que sus películas habladas en español, El espinazo del diablo (2001) y El laberinto del fauno (2006), fueron situadas respectivamente durante la guerra civil española o sus postrimerías. No fue un capricho el escoger el período de Mussolini para escenificar la historia de Pinocho, cuando hoy existen tantos gobiernos de derecha que coquetean con el fascismo. Para no ir más lejos, en la propia Italia, la primera mujer que gobierna el país, Giorgia Meloni, es una política de ultraderecha que añora los tiempos de Mussolini.
Otro tema que suele aparecer en las películas de Del Toro es el catolicismo. Es la imagen de un Cristo tallado en madera por Geppetto para la iglesia del pueblo la que atestigua la sensible muerte de Carlo. (Es significativo, también, que el carpintero nunca consiga terminar la efigie). Pinocho mismo será temporalmente crucificado por Volpe. Y será rechazado por la iglesia católica –o sus feligreses- cuando intenta asistir a su primera misa. Un muñeco de madera animado no es aceptado como normal por la parroquia.
Pinocho no es sólo el primer largometraje animado de Del Toro. Es también su primer musical. Por suerte, el encargado de componer la partitura y la música de las canciones fue el brillante Alexandre Desplat, con quien el cineasta ya había colaborado con anterioridad en la serie Trollhunters (2016) y en La forma del agua (2017). No se me ocurre otro compositor que pudiera crear melodías dignas de un clásico musical de Broadway.
En efecto, el mismo Desplat ha afirmado: “No buscábamos canciones pop como las que se escriben hoy, porque el anacronismo hubiese sido muy chocante. Se trata de algo más clásico: una canción que podría haber sido compuesta entre las décadas de 1920 y 1960”.
El talento actoral en el doblaje de la cinta también es meritorio de elogio. Provenientes varios de ellos del Reino Unido –David Bradley (Geppetto), Ewan McGregor (Sebastian J. Cricket), el niño Gregory Mann (Pinocho), Tilda Swinton (las hadas)- los personajes tienen un curioso acento británico, que contrasta con el entorno italiano. Una de las voces más memorables es la del austriaco Christoph Waltz, que le brinda al villano Volpe una untuosidad malévola. No olvidemos al neoyorquino Ron Perlman como el personaje llamado Podestá, el fascista del pueblo, puesto que el actor es el fetiche del director, apareciendo en seis películas suyas hasta la fecha.
Ciertamente, la capacidad de convocatoria de Del Toro ha sido fundamental en atraer a tantos nombres en el reparto. El hecho de que la australiana Cate Blanchett, ganadora de dos premios Oscar (si no es que tres, para cuando esto salga publicado) se haya interesado en emitir solamente los chillidos de un chango tuerto como Spazzatura, habla muy bien de dicha capacidad.
Nunca ha sido más cierto que el cine es un trabajo de equipo. La enorme lista de créditos de Pinocho, con docenas de nombres en los créditos de animación, es prueba de ello. Y con el perdón de Mark Gustafson, que tiende a ser olvidado, el hombre que orquestó todo ese talento reunido para dar forma a su singular visión fue Guillermo del Toro.
Pinocho confirma lo que Del Toro ha repetido una y otra vez. La animación no es un género hecho sólo para niños. Es una forma artística que se merece el mayor de los respetos.
Sugerencia de Citación:
García-Tsao L., Una obra maestra hecha a mano: Pinocho de Guillermo Del Toro, Medicina y Cultura, Vol. 1 No. 1, mc23a-12. https://doi.org/10.22201/fm.medicinaycultura.2023.1.1.12
Leonardo García Tsao
Ha escrito crítica de cine para los diarios unomásuno, El Nacional y La Jornada; actualmente escribe una columna semanal en este último. Fue miembro fundador de la desaparecida revista Dicine, y ha escrito para Variety, Film Comment, Sight and Sound, Cahiers du Cinéma, Cine, Imágenes, Cine Premiere, Nexos y Universidad de México, entre otras revistas.
Ha escrito libros sobre los cineastas Orson Welles, François Truffaut, Andréi Tarkovski, Sam Peckinpah y Felipe Cazals y la actriz Diana Bracho para la Universidad de Guadalajara. Su libro más reciente es Guillermo del Toro: su cine, su vida y sus monstruos.
En diciembre del 2006 fue nombrado director de la Cineteca Nacional, cargo que ocupó hasta 2010. Antes (1977-1989) se había desempeñado en esa misma institución como jefe del departamento de programación.
Ha impartido cursos de cine en el Centro de Capacitación Cinematográfica y en la Universidad Iberoamericana, entre otros centros educativos.
Las imágenes son cortesia de Pimienta Films